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En las Lagunas de Ruidera, alojamiento con alma: la historia de un reencuentro en El Balcón del Rey

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Lagunas de Ruidera, alojamiento con alma: Esta es una historia que nos contaron unos clientes habituales, que conocieron la casa por una bonita historia: un reencuentro familiar. Desde aquí les damos las gracias una vez más…

Donde el silencio suena distinto y el tiempo se detiene

Cuando Clara y Luis decidieron reunir a toda la familia después de años sin coincidir todos juntos, sabían que no podía ser en cualquier lugar. Lo que buscaban no era solo espacio para dormir. Querían un sitio donde poder hablar sin reloj, donde los niños pudieran correr sin peligro, donde los abuelos se sintieran cómodos, y donde los perros de la familia también fueran bienvenidos. Querían algo más que un destino: necesitaban un refugio.

Fue entonces cuando Clara dio con él. Tecleó “Lagunas de Ruidera, alojamiento” y entre opciones impersonales y lugares sobrecargados de adornos, apareció El Balcón del Rey. Un complejo rural discreto, con alma, integrado en plena naturaleza. No tardaron en decidirse. Lo alquilaron entero.

A la llegada, nadie dijo nada. Fue uno de esos momentos en los que el cuerpo se relaja sin necesidad de palabras. Las casas —las cuatro— parecían tener la medida exacta del descanso. El entorno no necesitaba filtros ni promesas.

El balcón del rey entrada. Lagunas de Ruidera, alojamiento con alma.

 

Un complejo rural diseñado para reconectar

Lo primero que descubrieron no fue lo que había dentro de las casas, sino lo que se sentía fuera. Las vistas, abiertas y limpias, abrazaban el paisaje sin artificios. No era una postal, era real. El olor a tierra, a leña, a humedad de agua cercana. Los sonidos suaves, sin tráfico ni techos de urbe. Solo viento, ramas, agua, cigarras y pájaros.

Las casas, de arquitectura sobria y honesta, no competían con el paisaje: lo enmarcaban. La calidez de la madera, las paredes gruesas, los techos altos, los porches orientados al sol. Dentro, la temperatura perfecta. Ni frío, ni calor. Solo equilibrio. Las coquetas cocinas parecían pensadas para compartir recetas improvisadas, los salones para conversaciones largas, las chimeneas para noches sin prisa. Las camas, las luces… El silencio; todo completo sin ser incómodo.

No había lujos de catálogo, pero todo era fácil. Todo era lógico. Todo estaba allí para que uno no tuviera que pensar demasiado. El auténtico lujo, en realidad, era no tener que preocuparse por nada. Y fue así, con todos relajados, cuando comenzaron a tratar esos temas tan escabrosos que el reparto de una herencia había hecho que años atrás se separasen.

 

Espacio para todos, espacio para uno mismo

Los niños descubrieron rincones donde inventar aventuras. Se repartieron por las casas como quien encuentra cuevas secretas. Jugaban de casa en casa, saltaban de una terraza a otra, exploraban. No se necesitaba parque ni columpios: bastaba la libertad.

Los adultos, por su parte, tras empezar a ponerse de acuerdo, encontraron una paz que no esperaban. Algunos leyeron. Otros simplemente miraban el paisaje, como si el cuerpo les pidiera parar. Los abuelos encontraron su sitio al sol, en sillas cómodas, con mantas suaves y miradas serenas. Luis, que llevaba años sin desconectar del todo, no abrió el portátil en tres días. Clara, que temía no poder soltar el control, se dejó llevar. Todos respiraron. Y lo hicieron de verdad.

Y cuando cocinaban juntos, cuando brindaban en la terraza, cuando desayunaban sin relojes, entendieron que el lugar había hecho su trabajo: estaba dejando espacio para que ocurriera lo importante.

 

Un alojamiento que acompaña, no impone

El Balcón del Rey no era un decorado rural diseñado para aparentar. Era auténtico. Sin pretensiones ni ornamentos forzados. No necesitaba carteles que dijeran “relájate”, ni promesas de desconexión. Lo hacía de forma natural, por su forma de estar construido, por cómo se integraba con el terreno, por la calma que ofrecía a cada paso.

Era evidente que detrás había alguien que entendía lo que significa acoger. Las casas estaban limpias con cariño, no con prisa. Las instrucciones eran claras, humanas. No había ruidos artificiales, ni servicios a medio ofrecer, ni falsos lujos. Solo lo esencial, bien pensado.

Clara siempre resalta, que cuando la familia necesitó algo, una recomendación, una ayuda, un extra, ahí estuvimos sin ningún tipo de intromisión.

Lagunas de Ruidera, alojamiento con alma.

 

Lagunas de Ruidera, alojamiento con memoria

Luis nos comentaba, como cuando llegó la hora de marcharse, nadie se fue con prisa. Las maletas se cerraron sin apuro, los últimos cafés se alargaron al sol y las fotos espontáneas sustituyeron a las despedidas formales. No era tristeza lo que se sentía, sino una especie de alegría tranquila, como la que queda después de algo bien vivido: de algo resuelto. Las Lagunas de Ruidera, se habían hecho un hueco en su memoria: un lugar que les había servido para solucionar algo que les llevaba separando mucho tiempo.

El Balcón del Rey no fue solo un alojamiento: fue el escenario de una historia compartida. Un lugar que supo desaparecer cuando no hacía falta nada más y aparecer justo cuando era necesario. Un sitio que ahora forma parte de las conversaciones familiares, de las anécdotas, de los álbumes.

Clara, semanas después, volvió a sentarse frente a su ordenador para buscar qué decía la gente sobre “El Balcón del Rey”, pero ya estaba decidida: la próxima vez volverían en primavera, cuando todo florece y los días se alargan. Ya no se trataba de buscar alojamiento. Se trataba de volver a un lugar que ahora era suyo.